domingo, 26 de junio de 2011

San Josemaría Escrivá de Balaguer.



Este 26 de junio la Iglesia universal conmemora la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei. Fue un 2 de octubre de 1928, en Madrid, España, cuando fundó este santo sacerdote la Obra de Dios.
 
   San Josemaría quería mucho a México -al país, a sus gentes, a sus costumbres y a sus manifestaciones de piedad- y repetía con frecuencia: “Es mucho México” y admiraba la devoción que le tenían a la Guadalupana los fieles, de modo particular, la personas de condición humilde.
   ¿En qué consiste el Opus Dei? En la búsqueda de la santidad en medio del mundo, dentro de las actividades normales de la vida diaria; ofreciendo el trabajo o el estudio cotidianos a Dios y esforzándose por cumplir con la mayor perfección posible los deberes del propio estado. Es una vocación tanto para laicos como para sacerdotes; para mujeres como hombres; para   casados, viudos o solteros. A esta institución de la Iglesia pertenecen estudiantes, profesionistas, campesinos, amas de casa, obreros, etc.,  de todas las razas, nacionalidades  y condiciones sociales. Actualmente está extendida por  los cinco continentes.
  Uno de los rasgos más característicos de este santo fundador fue su gran amor a la Virgen María. Era un tema constante en sus escritos y en  su predicación.
   Del 16 al 24 de mayo de 1970, San Josemaría vino a México a hacer una Novena a la Villa de Guadalupe. Le movía su deseo de pedir por la Iglesia, que estaba pasando por tiempos difíciles, después del Concilio Vaticano II. En esa ocasión comentó a sus hijos mexicanos: “Me ha traído a México mi amor a la Virgen de Guadalupe; y después, el deseo de ver a todos mis hijos”.
  Años antes, el entonces Cardenal Primado de México, Mons. Miguel Darío Miranda, en un encuentro que tuvieron en Roma, animó a San Josemaría a venir  a conocer el Santuario de la Basílica de  Guadalupe y la labor que realizaban sus hijos del Opus Dei en diversas ciudades de México. Esta actividad apostólica había comenzado en enero de  1949 y, hasta entonces, San Josemaría no había podido conocer a nuestro país por el intenso trabajo que tenía en Roma, desde donde  impulsaba la expansión de la Obra –como también es conocido el Opus Dei- por todo el mundo.
El Fundador de la Obra le comentó –en esa ocasión- al Cardenal que tenía unas ganas enormes de venir pronto a México para rezarle largos ratos a la Guadalupana.  Y añadió:
             “-Cuando vaya a la Villa, tendréis que sacarme de allí con una grúa.”
   Mons. Darío Miranda le respondió, con humor:
             - “Monseñor, pues no seré yo quien mande traer la grúa”.
   Durante nueve días visitó este Santuario Mariano y cada día rezó las tres partes del Rosario –acompañado de otros hijos suyos- y tuvo  –en efecto- oportunidad de tener  largos  ratos de conversación íntima y confiada con la Virgen de Guadalupe. Le decía: “He tenido que venir a México para repetirte, con la boca y el alma llenas de confianza, que estamos muy seguros de Ti y de todo lo que nos has dado. (…) No admitimos más ambición que la de servir a tu Hijo Jesucristo y, por Él y con tu ayuda, a todas las almas. Ahora sí que te digo con el corazón encendido: “¡Muéstrate que eres mi Madre!”.
   En esa ocasión, estuvo también en un centro de convenciones del Opus Dei en la Laguna de Chapala llamado “Jaltepec”. Allí admiró una pintura de la  Virgen de Guadalupe y le conmovió un detalle original: le estaba  entregando una rosa a San Juan Diego. Con su característica espontaneidad y sencillez, le comentó a un hijo suyo que le acompañaba: “Así me gustaría morir: que la Virgen me diera una rosa, un beso, y me llevara al Cielo”.
Aquella mañana del 26 de junio de 1975, después de tener un encuentro en Castelgandolfo con universitarias de varios países, regresó Roma a su despacho de trabajo. Era el  mediodía. Al entrar, como era su costumbre,  miró una copia de esa misma imagen de la Virgen de Guadalupe, que había querido colocar en un lugar destacado de su oficina y, a continuación, de forma inesperada falleció de un infarto. Tal y como era su deseo,  se lo había llevado la Virgen de Guadalupe, después de mirarla con inmenso cariño.
   Uno de sus últimos mensajes a sus hijos mexicanos fue éste: “No dejéis de ir de mi parte a la Villa, decidle a mi Madre que la quiero con toda mi alma, y que a través del corazón de su Hijo, y del suyo dulcísimo, con la protección de Nuestro Padre y Señor San José, quiero también con toda mi alma a mis hijas y a mis hijos de México”.
  
  San Josemaría fue canonizado por Su Santidad Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro (Roma) el 6 de octubre de 2002.